Crónica y fotos: Elena García Núñez
El pasado viernes 27 de enero, el Pazo da Cultura de Pontevedra acogió el esperado concierto de Nacho Vegas. Se trataba de una de las únicas citas en Galicia del asturiano en su gira de presentación de su último trabajo, “Mundos inmóviles derrumbándose”, publicado a comienzos del pasado 2022 con la discográfica Oso Polita.
Los protagonistas del bolo fueron precisamente los temas y la estética de este último disco, en el que el cantautor sigue definiendo una discografía cada vez más personal a la par que
reivindicativa. Así, lo primero a destacar fue una escenografía muy cuidada, adornada por tres esferas hinchables en movimiento y sobre las que pesaba un curioso juego de luces, que simbolizaban los diferentes mundos que se caen y se derrumban en los diferentes temas del álbum.
Belart, el tema que abre el disco, fue el encargado también de abrir el concierto en un Pazo da Cultura que rozaba el aforo completo. Desde el primer momento, y como es habitual en el directo del asturiano, el cantante y su banda estuvieron integrados en completa sintonía. La calidad del sonido y la coordinación entre los músicos no invitaban a otra cosa que a disfrutar del espectáculo.
Desde el inicio, un Nacho Vegas muy natural y cómodo creó un ambiente que capturó al público pontevedrés por completo. Ambiente que se mantuvo durante el trío de temas que inauguraron el show, completados por Detener el tiempo (de su álbum de 2008, “El manifiesto desastre”) y Ser árbol (de “Violética”, 2018, el penúltimo trabajo del asturiano).
Esta elección no fue casualidad, ya que quizás el elemento más destacable del concierto fue su cuidado setlist. Durante las dos horas aproximadas que duró el evento, Nacho Vegas supo dar
protagonismo a sus últimos temas a la vez que recordó las canciones más representativas de sus más de 20 años de carrera, que el público acogió con mucho entusiasmo.
El músico asturiano demostró que para él también era una cita muy especial, en una tierra como Galicia, por la que siente afinidad e incluso envidia, como él mismo declaró al referirse a
la no oficialidad del bable, lengua en la que escribe muchos de sus temas.
El siguiente tema fue El don de la ternura, en el que la banda demostró con creces toda su lucidez. Los coros femeninos, que tanta presencia tienen en la música del norteño, fueron interpretados en directo por una impecable Juliane Heinemann. La berlinesa aportó un toque mágico que rodeó a todas las canciones, con unas segundas voces que completaban a la perfección a la principal de Nacho Vegas, al tiempo que cobraban protagonismo cuando debían tenerlo.
Para cuando llegó Ciudad vampira, el público se había animado por completo y mantuvo la emoción durante toda la canción, un clásico de la discografía del asturiano. A partir de entonces, el ritmo no volvió a bajar e igualmente emocionantes fueron los siguientes temas, la conmovedora balada Esta noche nunca acaba y el reivindicativo single Abnegación, que se estrenó apenas hacía unas semanas. Un clima impresionante completado por un juego de luces que no cesaba y seguía invitando a creer en los terremotos sufridos por cada uno de los mundos flotantes e inmóviles que rodeaban a la banda.
Así, Pontevedra demostró a Vegas lo fiel de su público, que coreaba y aplaudía al ritmo de la música en la también clásica Lo que comen las brujas, y que se maravilló ante el crescendo que
consiguió crear la banda de cara al apoteósico final de la emotiva Ramón In. Los coros de Heinemann no dejaron de brillar, cobrando también un merecido protagonismo la guitarra eléctrica de Joseba Irazoki, que aportó el toque rockero y desgarrador tan presente en la música del asturiano.
Después de un par de temas en los que se mantuvo este ambiente, se acercaba la recta final del concierto. Fue el turno de la animada Big Crunch, el reivindicativo villancico que supuso el
primer single de “Mundos inmóviles derrumbándose”, y que tuvo a todo el público coreando de corazón su estribillo.
Antes de interpretar los últimos temas, Nacho Vegas presentó con afecto a su banda (completada por Manu Molina a la batería, Hans Laguna al bajo y Ferrán Resines al teclado), y se tomó su tiempo en expresar todo su agradecimiento al equipo de Oso Polita. El asturiano, tan maduro y comprometido como se lee en su música, quiso incluir una reflexión sobre la libertad de expresión, recordando a sus compañeros de profesión que han recibido condenas judiciales por sus letras y reconociendo su “deber moral”, cada vez que se sube al escenario, de “recordar que hay gente que no puede hacerlo”. Los aplausos a estas palabras se encadenaron con las primeras notas de otro tema ilustre de la
discografía del norteño, La gran broma final, coreada y vitoreada por el público desde el principio hasta el final.
Pero sin duda, la joya del concierto fue el último tema antes del descanso que precedió a la tanda de temas finales, La pena o la nada. Este impresionante tema, incluido en el álbum “El tiempo de las cerezas” publicado en 2006 junto con Enrique Bunbury, hizo imposible que no se erizase el vello de todos los asistentes, con un Nacho Vegas que puso toda la emoción a su desgarrador estribillo.
El final de la canción fue totalmente frenético y la banda lo aprovechó para despedirse, dejando a un público con las emociones a flor de piel aplaudiendo y vitoreando cada vez más a
un escenario vacío. La ovación no cesaba, y a los pocos minutos reapareció en solitario el asturiano para interpretar de forma acústica los primeros versos de El ángel Simón.
Durante unos breves instantes las aguas se calmaron, pero poco a poco los miembros de la banda se incorporaron al tema y de nuevo la guitarra eléctrica de Irazoki no pasó desapercibida, recuperando en cuestión de segundos el tinte sobrecogedor que reinaba antes de la pausa.
Como es costumbre, El hombre que casi conoció a Michi Panero cerró el concierto, tema en el que toda la banda y el propio Nacho Vegas se volcaron todavía más si cabe, junto con un público que disfrutó al máximo la canción más mítica del asturiano, que parecía de sus favoritas.
La música desapareció entre aplausos y vítores, y todo el Pazo da Cultura se puso en pie para despedir a un grupo de músicos que demostró de sobra su capacidad de derrumbar todos los mundos inmóviles posibles.
Así, Nacho Vegas dejó huella en la ciudad del Lérez, con un concierto totalmente especial y que retrató a la perfección su personalidad musical. En estos tiempos en que la industria musical parece ir cada vez más rápido, es de celebrar que sigan existiendo artistas tan comprometidos y honestos como el asturiano, dispuestos a ofrecer a su público una experiencia
completamente emocionante y, sobre todo, auténtica.
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